Por: Joan Antoni Mateo García | Fuente: Catholic.net
¿Cómo te sentirías si te llegara un e–mail del cielo donde te avisaran que Dios mismo iría a cenar a tu casa esta tarde?
A María le sucedió algo más grande. No se trataba de una cena, ni de una
visita, sino de ser la Madre de Dios. No se trataba de tenerlo como
invitado por unas horas, sino como hijo por muchos años. Compartió sus
penas y alegrías, éxitos y persecuciones. Experimentó, como ninguna
madre, la congoja de ver la muerte de su Hijo amado. Fue la primera en
atestiguar su Resurrección. Desde entonces, su amor hacia su Hijo la
llevó a ser la primera de los apóstoles.
Como se ve, María ha servido a Dios como puente para caminar entre
nosotros en la persona de Jesús: ha sido el único instrumento posible
del que podía valerse, pues ella era la única creatura sin pecado, la
única estación por donde Dios podría comunicarse.
Por lo mismo María es la primera interesada en que todos conozcan a su
Hijo, ella ahora quiere ser otra vez un camino pero en sentido
contrario, de los hombres a Dios, pues en la Cruz, Cristo la nombró
Madre de todos nosotros.
María sin Dios no hubiera sido nada, una chica buena, silenciosa y
servicial de una aldea periférica del Imperio Romano; pero su fe
arriesgada en la sola palabra de Dios, su vida de peregrina tras las
huellas de su Hijo, sus virtudes heroicas para ser fiel al compromiso
tomado un día con Dios hacen de Ella una luz radiante, un ejemplo
verdadero para nosotros cristianos. No es objeto de adoración, que en sí
se debe sólo a Dios, sino de especial veneración y de cariño por ser la
mamá de Jesús y también de todos.
Desde la muerte y resurrección de su Hijo es la primera que anuncia y
testimonia de Jesús, la más interesada que nosotros lleguemos a conocer,
amar y seguir a Jesús. De allí que alguna vez María se comunique de
manera particular con algunas personas siempre y sólo con el fin de
elevar la mirada de todos hacia Cristo.
De ahí, que cuando la Virgen se aparece en algún lugar, se produce invariablemente un mismo milagro,
y es que al lugar acude un numeroso grupo de gente que automáticamente
empieza a rezar el Santo Rosario. Allí reza todo el mundo, los que
habitualmente lo hacen y sobre todo, los que nunca rezan.
Si las apariciones de María consiguen hacer rezar a la gente que
normalmente no lo hace... ¿No es esto un milagro?, ¿no eleva los
corazones de todos hacia Cristo?, ¿no nos da a gustar un poco del cielo?
Así pasó en 1534 en Guadalupe (México), a través de Juan Diego, en
Lourdes (Francia), en 1858 con Bernardette Soubirous, en 1917 en Fátima
(Portugal), a través de tres niños: Francisco, Jacinta y Lucía.
Hay que evitar como nocivo para la fe cuando se presentan
manifestaciones de vana credulidad, sentimentalismo, milagrería,
práctica exterior sin fe o sin compromisos morales y cuando se disocia a
María de la Iglesia y de los sacramentos, ya que es indicio de
veracidad cuando el contenido de un mensaje de María está de acuerdo con
el Evangelio, la Tradición y el Magirsteio de la Iglesia.
María como buena Madre espera que todos sus hijos amen a Cristo y hoy,
como en las bodas de Caná, nos vuelve a decir: “haced lo que Él os
diga”; ésta es la misión que sigue desarrollando entre todos los
hombres.
Es el modelo de creatura perfecta de esta sociedad y de la de todos los
tiempos, ella nos enseña cómo se puede amar Dios, cómo su gracia obra
maravillas en las almas que se le prestan; además María, como Madre de
toda la Iglesia, intercede y vela por sus hijos.
El papel actual de la Virgen es el mismo que ha desempeñado desde hace
2000 años: que todas las almas conozcan el amor de Dios y le
correspondan.