Por: Joan Antoni Mateo García | Fuente: Catholic.net
¿Cómo te sentirías si te llegara un e–mail del cielo donde te avisaran que Dios mismo iría a cenar a tu casa esta tarde?
A María le sucedió algo más grande. No se trataba de una cena, ni de una
visita, sino de ser la Madre de Dios. No se trataba de tenerlo como
invitado por unas horas, sino como hijo por muchos años. Compartió sus
penas y alegrías, éxitos y persecuciones. Experimentó, como ninguna
madre, la congoja de ver la muerte de su Hijo amado. Fue la primera en
atestiguar su...