Estas son las respuestas a las preguntas sobre el Opus Dei desde la perspectiva de su fundador San Josemaria Escriva de Balaguer.
1. ¿Cómo y por qué fundó el Opus Dei?
¿Por qué? Las obras que nacen de la voluntad de Dios no tienen otro
porqué que el deseo divino de utilizarlas como expresión de su voluntad
salvífica universal. Desde el primer momento la Obra era universal,
católica. No nacía para dar solución a los problemas concretos de la
Europa de los años veinte, sino para decir a hombres y mujeres de todos
los países, de cualquier condición, raza, lengua o ambiente —y de
cualquier estado: solteros, casados, viudos, sacerdotes—, que podían
amar y servir a Dios, sin dejar de vivir en su trabajo ordinario, con su
familia, en sus variadas y normales relaciones sociales.
¿Cómo se fundó? Sin ningún medio humano. Sólo tenía yo veintiséis años,
gracia de Dios y buen humor. La Obra nació pequeña: no era más que el
afán de un joven sacerdote, que se esforzaba en hacer lo que Dios le pedía.
2. ¿Cuál es la misión central y los objetivos que tiene el Opus Dei?
El Opus Dei pretende ayudar a las personas que viven en el mundo —al
hombre corriente, al hombre de la calle—, a llevar una vida plenamente
cristiana, sin modificar su modo normal de vida, ni su trabajo
ordinario, ni sus ilusiones y afanes.
Por eso, en frase que escribí hace ya muchos años, se puede decir que el
Opus Dei es viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo. Es
recordar a los cristianos las palabras maravillosas que se leen en el
Génesis: que Dios creó al hombre para que trabajara. Nos hemos fijado en
el ejemplo de Cristo, que se pasó la casi totalidad de su vida terrena
trabajando como un artesano en una aldea. El trabajo no es sólo uno de
los más altos de los valores humanos y medio con el que los hombres
deben contribuir al progreso de la sociedad: es también camino de
santificación.
Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender
el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos
vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a
la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime del Bautismo.
No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los fieles del
Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven
en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren
responder cumplidamente a las exigencias de su fe.
3. ¿Alguna vez, al hablar de la realidad del Opus Dei, ha afirmado
que es una "desorganización organizada". ¿Podría explicar a nuestros
lectores el significado de esta expresión?
Quiero decir que damos una importancia primaria y fundamental a la
espontaneidad apostólica de la persona, a su libre y responsable
iniciativa, guiada por la acción del Espíritu; y no a las estructuras
organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice,
en sede de gobierno.
Un mínimo de organización existe, evidentemente, con un gobierno
central, que actúa siempre colegialmente y tiene su sede en Roma, y
gobiernos regionales. Pero toda la actividad de esos organismos se
dirige fundamentalmente a una tarea: proporcionar a todos la asistencia
espiritual necesaria para su vida de piedad, y una adecuada formación
espiritual, doctrinal-religiosa y humana. Después, ¡patos al agua! Es
decir: cristianos a santificar todos los caminos de los hombres, que
todos tienen el aroma del paso de Dios.
4. ¿Cómo se ha desarrollado y ha evolucionado el Opus Dei desde su fundación?
Desde el primer momento el objetivo único del Opus Dei ha sido el que le
acabo de describir: contribuir a que haya en medio del mundo hombres y
mujeres de todas las razas y condiciones sociales que procuren amar y
servir a Dios y a los demás hombres en y a través de su trabajo
ordinario. Con el comienzo de la Obra en 1928, mi predicación ha sido
que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser
divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las
profesiones, todas las tareas honestas. Las implicaciones de ese mensaje
son muchas y la experiencia de la vida de la Obra me ha ayudado a
conocerlas cada vez con más hondura y riqueza de matices. La Obra nació
pequeña, y ha ido normalmente creciendo luego de manera gradual y
progresiva, como crece un organismo vivo, como todo lo que se desarrolla
en la historia.
Pero su objetivo y razón de ser no ha cambiado ni cambiará por mucho que
pueda mudar la sociedad, porque el mensaje del Opus Dei es que se puede
santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueran las
circunstancias en que se desarrolla.
Hoy forman parte de la Obra personas de todas las profesiones: no sólo
médicos, abogados, ingenieros y artistas, sino también albañiles,
mineros, campesinos; cualquier profesión: desde directores de cine y
pilotos de reactores hasta peluqueras de alta moda. Para las personas
del Opus Dei el estar al día, el comprender el mundo moderno, es algo
natural e instintivo, porque son ellos —junto con los demás ciudadanos,
iguales a ellos— los que hacen nacer ese mundo y le dan su modernidad.
Siendo éste el espíritu de nuestra Obra, comprenderá que ha sido una
gran alegría para nosotros ver cómo el Concilio ha declarado
solemnemente que la Iglesia no rechaza el mundo en que vive, ni su
progreso y desarrollo, sino que lo comprende y ama. Por lo demás es una
característica central de la espiritualidad que se esfuerzan por vivir
—desde hace casi cuarenta años— la gente de la Obra, el saberse al mismo
tiempo parte de la Iglesia y del Estado, asumiendo cada uno plenamente,
por lo tanto, con toda libertad su individual responsabilidad de
cristiano y de ciudadano.
5. ¿Cómo ve el futuro del Opus Dei?
El Opus Dei es todavía muy joven. Treinta y nueve años para una
institución es apenas un comienzo. Nuestra tarea es colaborar con todos
los demás cristianos en la gran misión de ser testimonio
del Evangelio de Cristo; es recordar que esa buena nueva puede
vivificar cualquier situación humana. La labor que nos espera es
ingente. Es un mar sin orillas, porque mientras haya hombres en la
tierra, por mucho que cambien las formas técnicas de la producción,
tendrán un trabajo que pueden ofrecer a Dios, que pueden santificar. Con
la gracia de Dios, la Obra quiere enseñarles a hacer de ese trabajo un
servicio a todos los hombres de cualquier condición, raza, religión. Al
servir así a los hombres, servirán a Dios.
6. ¿No tiene el Opus Dei una orientación económica o política?
Cada uno de sus miembros tiene plena libertad para pensar y obrar como
le parezca mejor en este terreno. En todo lo temporal los files de la
Obra son libérrimos: caben en el Opus Dei personas de todas las
tendencias políticas, culturales, sociales y económicas que la
conciencia cristiana puede admitir.
Yo no hablo nunca de política. Mi misión como sacerdote
es exclusivamente espiritual. Por lo demás, aunque expresara alguna vez
una opinión en lo temporal, las personas de la Obra no tendrían ninguna
obligación de seguirla.
7. ¿Puede pensarse que el Opus Dei tenga relación con las actividades
o cargos que algunos de sus miembros tienen en empresas o grupos de
cierta importancia?
En modo alguno. El Opus Dei no interviene para nada en política; es
absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político,
económico, cultural o ideológico. Sus fines —repito— son exclusivamente
espirituales y apostólicos. De sus fieles exige sólo que vivan en
cristiano, que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del
Evangelio. No se inmiscuye, pues, de ningún modo en las cuestiones
temporales. Si alguno no entiende esto se deberá quizá a que no entiende
la libertad personal o a que no acierta a distinguir entre los fines
exclusivamente espirituales para los que se asocian los miembros de la
Obra y el amplísimo campo de las actividades humanas —la economía, la
política, la cultura, el arte, la filosofía, etc.— en las que las
personas del Opus Dei gozan de plena libertad y trabajan bajo su propia
responsabilidad. Desde el mismo momento en que se acercan a la Obra,
todos conocen bien la realidad de su libertad individual, de modo que si
en algún caso alguno de ellos intentara presionar a los otros
imponiendo sus propias opiniones en materia política o servirse de ellos
para intereses humanos, los demás se rebelarían y lo expulsarían
inmediatamente. El respeto de la libertad de sus miembros es condición
esencial de la vida misma del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la
Obra. Es más. Si se diera alguna vez —no ha sucedido, no sucede y, con
la ayuda de Dios, no sucederá jamás— una intromisión del Opus Dei en la
política, o en algún otro campo de las actividades humanas, el primer
enemigo de la Obra sería yo.
8. ¿Cómo responde a quienes hablan de secretos en el Opus Dei? Algunos piensan que está organizado como una sociedad secreta.
Desde 1928 mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para
privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra,
porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la
santificación del trabajo ordinario. Hay que rechazar el prejuicio de
que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al
clero, en apostolados eclesiásticos. Y advertir que, para lograr este
fin sobrenatural, los hombres necesitan ser y sentirse personalmente
libres, con la libertad que Jesucristo
nos ganó. Para predicar y enseñar a practicar esta doctrina, no he
necesitado nunca de ningún secreto. Las personas de la Obra abominan del
secreto, porque son fieles corrientes, iguales a los demás: al
adscribirse al Opus Dei no cambian de estado. Les repugnaría llevar un
cartel en la espalda que diga: "que conste que estoy dedicado al
servicio de Dios". Esto no sería laical, ni secular. Pero quienes tratan
y conocen a los miembros del Opus Dei saben que forman parte de la
Obra, aunque no lo pregonen, porque tampoco lo ocultan.
Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países
trabaja a la luz del día, con el reconocimiento jurídico de las
autoridades civiles y eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los
nombres de sus directores y de sus obras apostólicas. Cualquiera que
desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad,
poniéndose en contacto con sus directores o acudiendo a alguna de
nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo de que nunca
ninguno de los dirigentes del Opus Dei, o los que atienden a los
periodistas, han dejado de facilitarles su tarea informativa,
contestando a sus preguntas o dando la documentación adecuada.
Ni yo, ni ninguno de los miembros del Opus Dei, pretendemos que todo el
mundo nos comprenda o que comparta nuestros ideales espirituales. Soy
muy amigo de la libertad y de que cada uno siga su camino. Pero es
evidente que tenemos el derecho elemental de ser respetados.
9. ¿Por qué criterios mide usted el éxito o no del Opus Dei?
Cuando una empresa es sobrenatural, importan poco el éxito o el fracaso,
tal como suelen entenderse de ordinario. Ya decía San Pablo a los
cristianos de Corinto, que en la vida espiritual lo que interesa no es
el juicio de los demás, ni nuestro propio juicio, sino el de Dios.
Ciertamente la Obra está hoy universalmente extendida: pertenecen a ella
hombres y mujeres de cerca de setenta nacionalidades. Al pensar en ese
hecho, yo mismo me sorprendo. No le encuentro explicación humana alguna,
sino la voluntad de Dios, pues el Espíritu sopla donde quiere, y se
sirve de quien quiere para realizar la santificación de los hombres.
Todo eso es para mí ocasión de acción de gracias, de humildad, y de
petición a Dios para saber siempre servirle.
Me pregunta también cuál es el criterio con que mido y juzgo las cosas.
La respuesta es muy sencilla: santidad, frutos de santidad.
El apostolado más importante del Opus Dei, es el que cada socio realiza con el
testimonio
de su vida y con su palabra, en el trato diario con sus amigos y
compañeros de profesión. ¿Quién puede medir la eficacia sobrenatural de
este apostolado callado y humilde? No se puede valorar la ayuda que
supone el ejemplo de un amigo leal y sincero, o la influencia de una
buena madre en el seno de la familia.
Quizá su pregunta se refiere a los apostolados corporativos que realiza
el Opus Dei, suponiendo que en este caso se pueden medir los resultados
desde un punto de vista humano, técnico: si una escuela de capacitación
obrera consigue promover socialmente a los hombres que la frecuentan; si
una universidad da a sus estudiantes una formación profesional y
cultural adecuadas. Admitiendo que su pregunta tiene ese sentido, le
diré que el resultado se puede explicar en parte porque se trata de
labores realizadas por personas que ejercitan ese trabajo como una
específica tarea profesional, para la que se preparan como todo el que
desea hacer una labor seria. Esto quiere decir, entre otras cosas, que
esas obras no se plantean con esquemas preconcebidos, sino que se
estudian en cada caso las necesidades peculiares de la sociedad en la
que se van a realizar, para adaptarlas a las exigencias reales.
Pero le repito que al Opus Dei no le interesa primordialmente la
eficacia humana. El éxito o el fracaso real de esas labores depende de
que, estando humanamente bien hechas, sirvan o no para que tanto los que
realizan esas actividades como los que se benefician de ellas, amen a
Dios, se sientan hermanos de todos los demás hombres y manifiesten esos
sentimientos en un servicio desinteresado a la humanidad.
10. ¿El ambiente de España en los años 40-70 contribuyó al crecimiento del Opus Dei?
En pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España. Es el
país —siento decirlo, porque amo profundamente a mi Patria— donde más
trabajo y sufrimiento ha costado hacer que arraigara la Obra. Cuando
apenas había nacido, encontró ya la oposición de los enemigos de la
libertad individual y de personas tan aferradas a las ideas
tradicionales, que no podían entender la vida de los miembros del Opus
Dei: ciudadanos corrientes, que se esfuerzan por vivir plenamente su
vocación cristiana sin dejar el mundo.
Tampoco las obras corporativas de apostolado han encontrado especiales
facilidades en España. Gobiernos de países donde la mayoría de los
ciudadanos no son católicos, han ayudado con mucha más generosidad que
el Estado español, a las actividades docentes y benéficas promovidas por
miembros de la Obra. La ayuda que esos gobiernos concedan o puedan
conceder a las obras corporativas del Opus Dei, como hace de modo
habitual con otras obras semejantes, no suponen un privilegio, sino
sencillamente el reconocimiento de la función social que realizan,
ahorrando dinero al erario público.
En su expansión internacional, el espíritu del Opus Dei ha encontrado
inmediato eco y honda acogida en todos los países. Si ha tropezado con
dificultades ha sido por falsedades que venían precisamente de España e
inventadas por españoles, por algunos sectores muy concretos de la
sociedad española. En primer lugar la organización internacional de que
le hablaba; pero eso parece seguro que es cosa pasada, y yo no guardo
rencor a nadie. Luego están algunas personas que no entienden el
pluralismo, que adoptan actitud de grupo, cuando no caen en una
mentalidad estrecha o totalitaria, y que se sirven del nombre de
católico para hacer política. Algunos de ellos, no me explico por qué
—quizá por falsas razones humanas—, parecen encontrar un gusto especial
en atacar al Opus Dei, y como cuentan con grandes medios económicos —el
dinero de los contribuyentes españoles— sus ataques pueden ser recogidos
por cierta prensa.
Me doy cuenta perfectamente de que usted está esperando nombres
concretos de personas e instituciones. No se los daré, y espero que
comprenda la razón. Ni mi misión ni la de la Obra son políticas: mi
oficio es rezar. Y no quiero decir nada que pueda siquiera interpretarse
como una intervención en política. Más aún, me duele mucho hablar de
estas cosas. He callado durante casi cuarenta años, y si ahora digo algo
es porque tengo la obligación de denunciar como absolutamente falsas
las interpretaciones torcidas que algunos intentan dar de una labor que
es exclusivamente espiritual. Por eso, si bien hasta ahora he callado,
en lo sucesivo seguiré hablando, y, si fuera necesario, cada vez con más
claridad.
Pero volviendo al tema central de su pregunta, si muchas personas de
todas las clases sociales, también en España, han procurado seguir a
Cristo con la ayuda de la Obra y según su espíritu, la explicación no se
puede buscar en el ambiente o en otros motivos extrínsecos. Prueba de
ello es que quienes afirman lo contrario con tanta ligereza, ven
disminuir sus propios grupos; y las causas exteriores son las mismas
para todos. Quizá sea también, humanamente hablando, porque ellos hacen
grupo, y nosotros no quitamos la libertad personal a nadie.
Si el Opus Dei está bien desarrollado en España —como también en algunas
otras naciones— puede ser una concausa el hecho de que nuestra labor
espiritual se inició allí hace cuarenta años, y —como le expliqué antes—
la guerra civil española y después la guerra mundial hicieron necesario
aplazar el comienzo en otros países. Quiero hacer constar sin embargo
que, desde hace años, los españoles son una minoría en la Obra.
No piense, repito, que no amo a mi país, o que no me alegra
profundamente la labor que la Obra allí realiza, pero es triste que haya
quien propague equívocos sobre el Opus Dei y España.
11. ¿Por qué si en Opus Dei cada individuo tiene la misma libertad
que cualquier cristiano para tener y manifestar sus personales
opiniones, algunos piensan que el Opus Dei es una organización monolítica en asuntos temporales?
No me parece que esa opinión esté realmente muy extendida. Bastantes de
los órganos más cualificados de la prensa internacional han reconocido
el pluralismo de la gente de la Obra.
Ha habido, ciertamente, algunas personas que han sostenido esa opinión
errónea a la que usted se refiere. Es posible que algunos, por motivos
de diverso tipo, hayan difundido esa idea, aun sabiendo que no
corresponde a la realidad. Pienso que, en muchos otros casos, puede
deberse a falta de conocimiento, ocasionada quizá por las deficiencias
de información: no estando bien informados, no es de extrañar que
personas que no tienen interés suficiente para entrar en contacto
personal con el Opus Dei e informarse bien, atribuyan a la Obra como tal
las opiniones de unos pocos.
Lo cierto es que nadie que esté medianamente informado sobre los asuntos
españoles puede desconocer la realidad del pluralismo existente entre
las personas de la Obra. Usted mismo seguramente podría citar muchos
ejemplos.
Otro factor puede ser el prejuicio subconsciente de personas que tienen
mentalidad de partido único, en lo político o en lo espiritual. Los que
tienen esta mentalidad y pretenden que todos opinen lo mismo que ellos,
encuentran difícil creer que otros sean capaces de respetar la libertad
de los demás. Atribuyen así a la Obra el carácter monolítico que tienen
sus propios grupos.
12. ¿Cómo se inserta el Opus Dei en el Ecumenismo?
Me pregunta usted también. Ya le conté el año pasado a un periodista
francés —y sé que la anécdota ha encontrado eco, incluso en
publicaciones de hermanos nuestros separados— lo que una vez comenté al
Santo Padre Juan XXIII, movido por el encanto afable y paterno de su
trato: "Padre Santo, en nuestra Obra siempre han encontrado todos los
hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo
de Vuestra Santidad". El se rió emocionado, porque sabía que, ya desde
1950, la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como
asociados Cooperadores a los no católicos y aun a los no cristianos.
Son muchos, efectivamente —y no faltan entre ellos pastores y aun
obispos de sus respectivas confesiones—, los hermanos separados que se
sienten atraídos por el espíritu del Opus Dei y colaboran en nuestros
apostolados. Y son cada vez más frecuentes —a medida que los contactos
se intensifican— las manifestaciones de simpatía y de cordial
entendimiento a que da lugar el hecho de que los fieles del Opus Dei
centren su espiritualidad en el sencillo propósito de vivir
responsablemente los compromisos y exigencias bautismales del cristiano.
El deseo de buscar la perfección cristiana y de hacer apostolado,
procurando la santificación del propio trabajo profesional; el vivir
inmersos en las realidades seculares, respetando su propia autonomía,
pero tratándolas con espíritu y amor de almas contemplativas; la
primacía que en la organización de nuestras labores concedemos a la
persona, a la acción del Espíritu en las almas, al respeto de la
dignidad y de la libertad que provienen de la filiación divina del
cristiano; el defender, contra la concepción monolítica e
institucionalista del apostolado de los laicos, la legítima capacidad de
iniciativa dentro del necesario respeto al bien común: esos y otros
aspectos más de nuestro modo de ser y trabajar son puntos de fácil
encuentro, donde los hermanos separados descubren —hecha vida, probada
por los años— una buena parte de los presupuestos doctrinales en los que
ellos y nosotros, los católicos, hemos puesto tantas fundadas
esperanzas ecuménicas.